domingo, 14 de febrero de 2010

CAP II.1. LITURGIA Y CULTO.

Cap II.1
Liturgia y culto.

En griego clásico, “liturgia” significaba “obra pública” o “servicio social”; por ejemplo, la construcción de una nave, cuyo coste se cargaba a un particular opulento. La palabra adquiere sentido cultual en la traducción griega del Antiguo Testamento llamada de los LXX. San Pablo usa el término “licurgo” para designar una función social cuando lo refiere a los recaudadores de impuestos (Rom 13,6); en lenguaje moderno se diría “funcionario”.

En el Nuevo Testamento, cuando los términos litúrgicos se refieren a los judíos o paganos, designan acciones rituales: son sacrificios el de Abel (Heb 11,4), los que se ofrecieron al becerro de oro (Hch 7,41) y los del sacerdote de Zeus en Listra (Hch 14,13); es liturgia el servicio de Zacarías en el templo (Lc 1,23), y se mencionan utensilios litúrgicos (Heb 9,21); son culto los ayunos y oraciones de Ana en el templo (Lc 2,37) o las ceremonias rituales de los judíos (Rom 9,4).

Pero cuando el Nuevo Testamento aplica estos términos a los cristianos, liturgia, culto y sacrificio son la vida misma; nunca en los evangelios ni en las cartas de los apóstoles se usa para indicar una celebración en común (sólo en Hch 13,2 se da una posible excepción: el verbo derivado de liturgia se emplea en conexión con un ayuno, sin precisar más a qué se refiere). No hay duda de que los cristianos celebran juntos la eucaristía, pero el nombre que le daban no era “culto”, sino “partir el pan”, modismo hebreo que significa “comer juntos”: “pan” denota todo alimento, y el hecho de “partirlo” indica que se “reparte” entre los comensales.

El culto, el sacrificio y la liturgia del cristiano son, pues, la fe y el amor fraterno, la entrega a Dios y la dedicación al prójimo. En otros términos, su vida concreta y entera, proyectada sobre dos coordenadas: fe y caridad.

La proyección de una realidad en dos coordenadas no la hiende. La fe-caridad en la sístole-diástole de la vida cristiana. La fe es el punto de visión clara que orienta la percepción de la realidad entera. Enseña a ver el mundo como campo de acción del amor de Dios; es mirada sorprendida que descubre a Dios en un mundo translúcido, donde él está presente y actúa. El amor de Dios por cada uno se revela como una concreción matizada y original de su amor por todos. La respuesta del hombre ha de ser global: no se compaginan el sí a Dios con el no al hombre; no cabe sentirse perdonado sin perdonar, ni sentirse amado sin amar. En frase de san Juan: “Quien ama al que le dio el ser, ama también a todo el que ha nacido de él”, es decir, a todos los que creen (1 Jn 5,1)-

El culto a Dios en el Nuevo Testamento no ocupa un sector de la existencia, sino toda ella; no se ejercita con ritos especiales, sino con el mismo vivir; no requiere actividades peculiares, sino la inventiva y la dedicación propias del interés mutuo: “Todo lo que querríais que hicieran los demás por vosotros, hacedlo vosotros por ellos; esto significa la ley y los profetas” (Mt 7,12). Es un culto y un sacrificio existencial, en que el hombre se ofrece a sí mismo en su circunstancia histórica. Como existencial, es un reflejo del sacrificio de Cristo. Por ser total y continuo, también como el de Cristo, implica la desaparición del tiempo y lugar sagrados. Consideremos estos aspectos.

domingo, 7 de febrero de 2010

CAP II..1 LA CARTA A LOS HEBREOS.

Cap II.1
La Carta a los Hebreos.

La Carta a los Hebreos, recapitula los dos aspectos del culto y sacrificio cristiano, incluyendo en el mismo pasaje la fe y el amor mutuo: “Por medio de Cristo ofrezcamos continuamente a Dios un sacrificio de alabanza, es decir, el tributo de labios que bendicen su nombre; y no os olvidéis de la solidaridad y de hacer el bien, que tales sacrificios son lo que agradan a Dios” (13,15-16).

La primera parte recuerda los pasajes antes citados de la Primera carta de Pedro (2,4-5.9); además del sacrificio que los fieles ofrecen por medio de Cristo, “la confesión del nombre” de Dios corresponde a la publicación de sus proezas, que se hace con alabanza y acción de gracias. Se trata, por tanto, de la fe, públicamente profesada, como sacrificio del cristiano.

También el amor mutuo entra en la categoría de sacrificio; “hacer el bien” abarca toda actividad a favor de otros. Una expresión equivalente caracteriza a Cristo en el discurso dirigido por Pedro a Cornelio y a su familia: “Me refiero a Jesús de Nazaret, ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo, que pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él” (Hch 10,38).

El “compartir entre todos”, es decir, subvenir con los propios recursos a la necesidad ajena, ha sido ejemplificado en los pasajes citados en el párrafo anterior a propósito de la ayuda económica a san Pablo y a la comunidad de Jerusalén.