lunes, 4 de enero de 2010

LA PRIMERA CARTA DE PEDRO.

I.

“La Primera Carta de Pedro”

Otro escrito del Nuevo Testamento, la Primera carta de Pedro, menciona explícitamente en dos pasajes el sacerdocio de todos los cristianos.

En el primero se aplican a los fieles dos imágenes a primera vista difíciles de concordar: ellos son piedras del templo del Espíritu y sacerdotes de Dios: “Al acercaros a él, piedra viva… como piedras vivas vais entrando en la construcción del templo espiritual, formando un sacerdocio santo, destinado a ofrecer sacrificios espirituales que acepta Dios por Jesucristo (2, 4-5).

La imagen del templo describe la unión de la comunidad con Cristo, y equivale a la imagen del cuerpo usada por san Pablo. Según san Pedro, Cristo es la piedra viva escogida por Dios; adhiriéndose a él, los hombres se convierten en piedras vivas que van construyendo el templo del Espíritu; el Espíritu que habita en ese templo es el mismo Espíritu de Cristo que se transfunde a cada cristiano y, siendo único, lo une con Cristo y con los demás miembros de la comunidad. La imagen del templo de Dios (1 Cor 3,16-17) o del Espíritu (6,19) es frecuente en Pablo. El doble punto de vista explica la doble imagen: el Espíritu unido a cada uno constituye el sacerdocio santo, capaz “de ofrecer sacrificios espirituales agradables a Dios por medio de Jesucristo”. El término “espiritual”, tan despreciado en nuestras lenguas, tiene la fuerza de “vivificado por el Espíritu”. En esta carta el sacerdocio es colectivo, no individual como en el Apocalipsis. Pocos versículos más abajo, la carta repite la misma idea: “Vosotros sois linaje escogido, sacerdocio real, nación consagrada, pueblo adquirido por Dios, para publicar las proezas del que os llamó de las tinieblas a su maravillosa luz” (2,9).

Con frases del Antiguo Testamento (Éx 19,6; Is 43,21), se describe a la Iglesia como el nuevo Israel; al igual que en el Apocalipsis, es el resultado de un rescate o liberación; es propio de su misión sacerdotal proclamar las grandes intervenciones salvadoras de Dios en la historia humana. Hay un paralelismo, al menos parcial, entre los sacrificios espirituales del primer pasaje y la proclamación del segundo; ésta consiste en la expresión pública de la fe, cuyo contenido central es la obra de Cristo, el rescate, descrito como el paso de las tinieblas a la luz. Nótese este rasgo de la fe cristiana: no consiste en recitar enunciados abstractos, sino en distinguir la mano de Dios en los acontecimientos: son ojos que ven y palabras que afirman la acción de Dios en la historia.

Los pasajes citados del Apocalipsis y de san Pedro se inspiran de Éx 19,6. La traducción del texto hebreo sería: “Seréis un pueblo sagrado con gobierno de sacerdotes”; san Pedro cita, en cambio, la traducción griega de los LXX, que extiende el sacerdocio a todos los miembros de la comunidad: “Sacerdocio real, nación sagrada”. El Apocalipsis, separando los términos “reino” (=linaje real) y “sacerdotes”, trata con más libertad el antiguo texto, a la luz de Is 61,6: “Vosotros os llamaréis sacerdotes del Señor, dirán de vosotros: ministros de nuestro Dios”. El versículo del Éxodo instituía una hierocracia, los versículos del Nuevo Testamento declaran el sacerdocio de todos.

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