domingo, 20 de diciembre de 2009

Cap.I.3 El diálogo.

Cap.II.3.
El diálogo.

¿Es posible un diálogo entre la Iglesia y el mundo? Negarlo significaría desestimar la acción de Cristo en la humanidad entera. Hemos descrito anteriormente, sin usar medias tintas, la oposición irreductible entre Cristo, que es la paz (Ef 2,14), y el mundo de rivalidades y ambiciones. Tomar conciencia de esa oposición es imprescindible para entender el designio de Dios y el llamamiento cristiano. Pero en varias ocasiones hemos insistido también en que la acción de Cristo no se concentra en la Iglesia, sino que se extiende al mundo entero; la Iglesia es su resultado más visible, las primicias del reino que se incuba en la humanidad, selladas con la marca de Dios.

Por los caminos del mundo va Cristo de chaqueta. Como uno de tantos, habla y escucha, se mezcla con grupos y se asocia a los que van por la carretera. ¿En cuántos deja huella su palabra? Aunque no le pregunten por el nombre, su perfil queda impreso, asociado a un anhelo de justicia y a una esperanza de lo que parecía imposible. Esos que lo encuentran sin saberlo son los primeros interlocutores de la Iglesia: “Todo lo que sea verdadero, todo lo respetable, todo lo justo, todo lo limpio, todo lo estimable, todo lo de buena fama, cualquier virtud o mérito que haya, eso tenedlo por vuestro” (Flp 4,8). Quien busca sinceramente ayudar a los demás es camarada.

Esos hermanos que no viven en casa no entienden los modismos cristianos ni se interesan por nuestros recuerdos de familia. Acostumbrados al tecleo de las máquinas o al vocerío de las manifestaciones, no tienen oídos para vocabularios extraños ni para relatos del pasado; piden a todos que hablen su lengua franca, cuyo término clave es el hombre.

El cristiano ha de traducirles los hechos pasados que le dan identidad y la palabra que le revela a Dios. No les hablará de “imagen de Dios”, sino de “dignidad humana”; no de “unidad de Cristo”, sino de “dinamismo”, muy consciente, sin embargo, del trasfondo de su nuevo lenguaje.

El habla de la fe tiene sentido para el que cree, es inútil dificultar la tarea haciéndose ininteligible. Si la Iglesia existe para el mundo, a ella le toca el esfuerzo para comunicar; es parte de su misión y aspecto de su humildad; ella busca el diálogo porque el amor de Cristo la aguijonea (2 Cor 5,14) a la ayuda, no por deseo de ostentar superioridades o insinuar esoterismo. Según convenga, su lenguaje será pragmático o idealista, pero siempre para ser comprensible, centrado en el bien o el mal del hombre. Los otros vocablos que contiene su diccionario, tan vívidos en su memoria, tendrán su momento.

No hay comentarios:

Publicar un comentario