lunes, 30 de noviembre de 2009

CAP.I.2. El quehacer de la Iglesia: la reconciliación.

Cap.II.2
El quehacer de la Iglesia: la reconciliación.

Según lo expuesto, la Iglesia es testigo del reino de Dios en el mundo, es decir, de la paz y hermandad entre los hombres, hijos de Dios. Pero no es un testigo inmóvil, una columna erguida en un cruce de caminos. El capital que Dios confía no puede enterrarse en un hoyo, tiene que producir (Mt 25,25). El grupo cristiano, compacto en la unidad, tiene por misión contagiar la unidad al mundo reconciliando a los hombres. El reino de Dios incluye el mundo entero. Por eso Cristo comunica a la Iglesia, en la persona de los apóstoles, la misión que recibió del Padre: “Tú me enviaste al mundo, al mundo los envío yo también” (Jn 17,18). La misión de Cristo y la de la Iglesia tienen el mismo objetivo, reunir a todos los hombres, según el designio de Dios.

Con varios términos, ya usados en los párrafos anteriores, puede caracterizarse la misión. Atendiendo a su objetivo se denomina trabajo por la paz (Mt 5,9), la unión (Jn 17,21), la reconciliación (2 Cor 5,19) o la justicia (Mt 5,6); por la verdad que hace libres (Jn 8,32; 18,37), por la solidaridad (1 Cor 10,26), hermandad (Mt 23,8) y por amor entre los hombres (Jn 13,17); por una sociedad humanizada (Is 32,15-18), por la vida y la salud del hombre (Jn 10,10).

La misión se ejerce practicando sus mismos objetivos, no viviendo para sí (2 Cor 5,14), sino para los demás (Rom 15,3; Filp 2,4), en una palabra, para hablar como Cristo, en el servicio (Mt 20,28 y parals.; Jn 13,14-15).

La palabra servicio, sin embargo, requiere explicación. “Servir” representa un concepto menos actual que en los antiguos tiempos. De hecho, “servidores” apenas si existen entre nosotros; incluso los que se encargan de tareas “serviles” prefieren llamarse empleados, tienen sus horas de trabajo y gozan de independencia personal y económica.

Por otra parte, muchos abusos se han cometido en nombre del servicio, y todo género de poder se justifica con esta palabra. Tanto ha cambiado su significado, que el término “ministro”, que designa ahora a los miembros de un gobierno, no es más que el “servidor” latino disfrazado. Sucede que el servicio se impone; se amarra al servido para lavarle los pies.

Para conservar actual el lenguaje evangélico es, por tanto, preferible usar la perífrasis “prestar servicio” en vez del verbo “servir”, culturalmente superado por marcar una desigualdad social. “Prestar servicio”, en cambio, designa la ayuda voluntaria entre iguales y no suscita imágenes de bajeza o potencia.

La misión de la Iglesia consistirá, por tanto, en prestar servicio o ayuda a los individuos y a la sociedad, cooperando con las buenas iniciativas que surjan alrededor y a veces voceando la protesta. Es una colaboración con Dios (1 Tes 3,2; 1 Cor 3,9), secundando su acción en el mundo, allí señala Dios un campo de trabajo a la Iglesia: guerra, segregación racial, injusticia social, opresión, ignorancia, esclavitud de cualquier género, patente o disimulada. Ha de esforzarse por encontrar remedio y establecer la paz y la justicia. También ella es el buen samaritano.

No hay comentarios:

Publicar un comentario