sábado, 24 de julio de 2010

4. FIESTA-SÍMBOLO.

La fiesta expresa, por tanto, realidades que el hombre vislumbra y anhela: la vida, la libertad, la plenitud. Las tres se compendían en la paz, que es vida plena, comunicación humana confiada, fácil y espontánea. La fiesta no puede ser individualista, exige y fomenta el calor humano, la aceptación sin preguntas, la bienvenida general.

Vida libre y plena no es conclusión que el hombre saque de su experiencia, es lo opuesto de la experiencia. Las realidades que expresa y propugna la fiesta no pertenecen al mundo ambiente, son aspiraciones y persuasiones profundas que cristalizan en el momento privilegiado.

En la fiesta, el hombre se siente transferido a un mundo diverso. El escéptico objetará que se trata de una ilusión, pues el mundo sigue siendo el mismo y no existen escalas que lleven al cielo. ¿Es de verdad una ilusión? En la fiesta, el hombre vive en su mundo interior de anhelo y fantasía, en el proyecto que desearía realizar; su ideal ilumina la realidad, como el sol el paisaje. Sin el sol, las cosas se quedan en lo que son; a su luz, brillan de lo que quieren y pueden ser. La fiesta, hija del espíritu, transforma la realidad, le da vida por dentro, descubre tesoros, armonías y dinamismos que el rudo contacto de las manos no aprecia. Siendo poesía, adivina lo oculto bajo la corteza opaca. Quien festeja, vive en un mundo nuevo, que es éste mismo mirado con ojos de protesta; encuentra el mundo bueno que Dios creó y no lo llama enemigo, sino hermano.

La fiesta es obra de la imaginación, que construye utopías a través y a pesar de las mezquindades que experimenta. Una sociedad puede exagerar en este aspecto y vivir de ilusiones. Una sociedad puede exagerar en este aspecto y vivir de ilusiones; pero puede también pecar por defecto, hacerse esclava del presente, someterse a sus crímenes, amoldarse a sus pecados. Es precisamente la imaginación la que permite corregirlos.

La imaginación no es necesariamente evasiva; incluso la divación mental puede buscar un contacto fluido y poético con la realidad, para que el ser se impregne de efluvios y capte latidos imperceptibles en el estado de tensión y empeño.

El segundo paso de la actividad imaginativa es la expresión exterior de esas experiencias; y al afirmar el ideal o la utopía les da consistencia y vitalidad. También esta imaginación es poética, es decir, creativa. Como es sabido, la palabra griega poeta significa creador, por eso el credo empieza: "Creo en un solo Dios, poeta del cielo y de la tierra". Esta imaginación que ha percibido raíces escondidas quiere dar forma a los ideales y aspiraciones, expresándolos. Como toda poesía, es contemplativa.

Al mismo tiempo, la imaginación manifestante es voluntaria o involuntariamente polémica, batalladora; al exteriorizar el ideal, lo opone al entorno, enfrentándose con lo presente en nombre de la sociedad que imagina.

La fiesta incluye los tres aspectos de la imaginación: es contacto, expresión y protesta. Contacto, por sentir las realidades esenciales cuando cada uno poenetra su propio ser y el mundo; expresión comunitaria, en forma artística y lúdica, de la propia intuición; protesta, por el acusado contraste de su afirmación con la realidad defectuosa.

La fe de la fiesta propone un ideal que noe s conclusión lógica, como ningua fe lo es; es convicción profunda de que la vida, con sus secuelas de alegría, salud y libertad, puede más que la disgregación y la muerte. El ideal no es pura imaginación; se apoya en experiencias parciales e íntimas, pero reales; pertenece al terreno de la esperanza. Aunque no es deductivo, no por eso es irracional; pero su lógica se descubre sólo amedida que se realiza. El ideal no se defiende por su demostrabilidad, sino por su correspondencia a la vibración del ser; a medida que cristaliza en hechos, se delinea su lógica.

El ideal es para el futuro lo que el alma para el cuerpo; principio de unidad. Nunca será posible alcanzar una mejora radical sin un vértice unificador; no basta atacar síntomas aislados, se requiere la unidad de lo múltiple. La fiesta expresa el ideal con su juventud y gozo. Por eso es protesta sonriente contra la escasez, la inútil convención, la impersonalidad, la desigualdad social.

En su conjunto, la fiesta es símbolo del rango más elevado; es decir, una realidad, en nuestro caso una experiencia común y sensible, que apunta a otra más alta y en cierto modo la contiene: el anhelo humano de felicidad sin cortapisas se transparenta y en parte se realiza en la fiesta. La intuición contemplativa ve a través de los dones de la fiesta que, plenamente aceptados y compartidos, se convierten en símbolo de realidades superiores. Pero la intuición no expatría del ambiente, porque es precisamente en la participación entusiasta donde descubre la presencia misteriosa de una realidad que no alcanza. Caen los muros del mero presente para dejar correr las brisas del futuro. La fiesta libera, por el contacto con las grandes realidades que relativizan el resto, restituye el sano sentido de humor, que, tomándolo todo en serio, concede sólo una seriedad penúltima al sudor cotidiano.

El arte es atributo necesario de la fiesta; pero no se identifica con ella; es modo de expresión, parte de la exuberancia. Los manantiales recónditos, la alegre interioridad se encauzan en la expresión artística.

La fiesta es generosa. La primera condición para el que festeja es ser capaz de dar y estar dispuesto a ello. Es regalo mutuo, donde vigen las palabras de Cristo: "Hay más dioha en dar que en recibir" (Hch 20,35). El propio enriquecimiento, bien tangible, no constituye, sin embargo, la intención primordial, que está en darse, expresándose. La fiesta es regalo mutuo, no adquisición; no fija cotizaciones para el trueque; cada uno echa sin escatimar su propio licor en la copa común, de la que todos beberán alegría.

No hay comentarios:

Publicar un comentario