lunes, 1 de marzo de 2010

Cap II. Añoranza del culto antiguo.

Mucha nostalgia debía crear entre los judeo-cristianos la sobriedad y secularizad de la nueva fe. No les pedía la asistencia a ceremonias brillantes donde su sensibilidad encontrase pábulo y desahogo. Al contrario, ponía el acento en vivir para los demás, sostenidos por la unión personal con Cristo y por la experiencia de la hermandad de fe. “El partir del pan” no se distinguía demasiado de la vida ordinaria. La religiosidad tradicional, amante del fasto y del número, no encontraba refugio.

Por otra parte, las grandes celebraciones del templo debían de resultar impresionantes para los hombres de aquella cultura. Lugar amplio y suntuoso, cantos y ornamentos, sacerdocio y multitud, ritos visibles y expresivos: incienso, víctimas y aclamaciones. Sobre todo en las peregrinaciones nacionales por las grandes festividades, cuando asistían las multitudes rurales con la espontaneidad de su entusiasmo.

El cristianismo, en cambio, no daba tregua, no toleraba evasiones: “No todo el que me dice “Señor, Señor”, entrará en el reino de los cielos, sólo el que cumple la voluntad de mi Padre del cielo” (Mt 7,21). No se conformaba con apariencias: “Si vuestra fidelidad no supera a la de los letrados y fariseos, no entraréis en el reino de Dios” (Mt 5,20).

Era una fe sin culto en el sentido tradicional. Cristo mismo, el Mesías de Dios, no pertenecía a la estirpe sacerdotal. Siguiendo la tradición profética, había denunciado la insinceridad de los dirigentes, había estigmatizado el comercio piadoso del templo, pero no se había declarado fundador de un sacerdocio nuevo. Como lo subraya la Carta a los Hebreos, en su sociedad Jesús era un seglar: “Y ése (Jesús) de que habla el texto pertenece a una tribu diferente (de la de Leví), de la que ninguno ha tenido que ver con el altar. Es cosa sabida que nuestro Señor nació de Judá, y de esa tribu nunca habló Moisés tratando del sacerdocio” (Heb 7,13-14).

No es extraño que el israelita hecho cristiano se sintiera un tanto desasosegado. A los ojos de la religiosidad antigua, el cristianismo resultaba desconcertante. Recordemos que en el siglo II los paganos acusaban a los cristianos de ateísmo.

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