lunes, 14 de septiembre de 2009

CAP I.I.2. El pecado del mundo, obstáculo al reino de Dios.

2. El pecado del mundo, obstáculo al reino de Dios.

El obstáculo al designio de Dios es el pecado. Para definirlo podemos utilizar un pasaje donde san Pablo expone la exigencia creada por la muerte de Cristo: “Murió por todos, para que los que viven ya no vivan más para sí mismos, sino para el que murió y resucitó por ellos” (2 Cor 5,15).
Si la redención reclama que el hombre no viva más para sí mismo, cabe deducir que el pecado consistía precisamente en que el hombre, centrado en sí mismo, se había constituido en su propio dios. En consecuencia, su vida entera gravitaba en torno al propio interés, a la propia satisfacción. Cerrándose en sí, rompe con Dios y con los demás; con Dios, porque usurpa su puesto; con los demás, porque los subordina a sus propios fines.
La misma exigencia se enuncia en el evangelio: “El que quiera venirse conmigo reniegue de sí mismo” (Mt 16,24). Renegar significa quebrar voluntariamente un vínculo de fidelidad o adhesión, a la religión o a la patria, por ejemplo. Supone cambio de lealtad, trueque de banderas. Seguir a Cristo exige bajar de la hornacina el propio yo, dejar de considerarse como centro y valor supremo. Egoísmo y egocentrismo son la negación del evangelio.

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