lunes, 21 de septiembre de 2009

CAP.I.I.2 Fe y desarrollo humano.

Cap.I.I.2
Fe y desarrollo humano.

Para el creyente, la recta relación con Dios es condición de normalidad y desarrollo. Sabe que es esencia del hombre ser criatura, es decir, no existir por sí mismo, sin por otro. Más aún: según el Génesis, pertenece a la esencia del hombre ser imagen de otro más grande que él y, en consecuencia, a menos que se reconozca como imagen no podrá entenderse a sí mismo. Su modelo es Dios, por eso su ser es un misterio; refleja una luz que no es suya, su fisonomía tiene rasgos que no fueron modelados con tierra. No puede definirse sin incluyendo a Dios en la definición. No encuentra su identidad si no es por referencia al que lo hizo.

En su búsqueda de Dios, el hombre lo ha caracterizado de maneras muy diferentes. Al principio, como fuerza aterradora y misterio fascinador. Cada pueblo, sin exceptuar a Israel, atribuyó a Dios los rasgos de la personalidad social más estimada o añorada. Cuando la potencia militar era condición para sobrevivir, se describió a Yahvé como al Dios-guerrero que conducía sus huestes a la victoria. Instalados en la tierra prometida, en el período sedentario que corrompía a reyes y subalternos, se añoraba a Dios como el juez justo.

Jesucristo revela el rostro del verdadero Dios: es el Padre no sólo en relación con el pueblo, sino también con el individuo. Se aclara la relación del hombre con Dios: es imagen porque es hijo. En su trato con el Padre no entrará ya el terror ni la fascinación primitiva, sino la entrega y el amor. Al revelársele que el padre es amor, entenderá su propio ser: para el hombre, ser es amar; lo que se oponga al amor es no ser. Persiste el misterio del hombre, con sus raíces en Dios, pero no es ya un abismo caótico y tenebroso; siente ahora un dinamismo y una luz que lo llevan a la entrega y al don de sí. Descubre su camino en la escucha y apertura a los otros, en el respeto, conocimiento y amor de su prójimo. Sus fuerzas no le bastan para recorrerlo, pero experimenta un vigor y un impulso que le viene del Padre.

Por eso, condición para la recta relación con Dios es la recta relación con el prójimo. Quien no ama a los hombres, sus hermanos, no puede estar a bien con Dios, el Padre común. San Juan lo expresó con toda claridad deseable: “Si uno posee bienes de este mundo y, viendo que su hermano pasa necesidad, le cierra sus entrañas, ¿cómo va a estar en él el amor de Dios? (1 Jn 3,17).

Individual y socialmente, el único criterio capaz de garantizar al hombre que late en él la vida de Dios es la favorable disposición hacia su prójimo y la solidaridad con él; cuanto más ame de voluntad y de obra, tanto más desarrollará su ser y más acentuado será su parecido con Dios; toda relación con Dios que no tiene en cuenta esta condición es un engaño y, como tal, obstáculo al desarrollo.

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