lunes, 28 de septiembre de 2009

CAP.I.I.2 Pecado original.

Cap.I.I.2
Pecado Original.

¿Existe en cada hombre una realidad de pecado anterior a la situación pecadora que él se crea? Entramos con esto en la cuestión del pecado original, que consideramos en cada individuo concreto. Puede describirse como la propensión al mal que precede y condiciona el uso de la libertad.

¿De dónde le viene al hombre esa propensión? Mientras se creyó en la historicidad literal de la narración del Génesis, se buscaron nexos causales entre la culpa de Adán y la “mancha” en sus descendientes. Si se considera el relato como un símbolo que describe la realidad de cada hombre, hay que renunciar a las teorías de transmisión fisiológica. La innegable tendencia al egoísmo puede tener su origen en el ambiente y ser resultado de la educación. La sociedad en que nacemos no es vehículo de verdad y de amor, sino atmósfera de corrupción y egoísmo. Desde la cuna empieza el niño a absorber actitudes, ejemplos y principios egoístas e insinceros; cuando llega al uso de razón está ya condicionado, posee una componente psicológica que influirá perversamente en sus decisiones. Esa oblicuidad del espíritu es para cada individuo su pecado original. Cada maldad concreta la ratifica y la refuerza.

Siguiendo a P. Ricoeur (La symbolique du mal, 239-243) podemos apuntalar esta teoría con el relato del Paraíso, atendiendo al significado de la serpiente. De manera al parecer incongrua, surge en pleno estado de inocencia un ser malo, un animal, símbolo de las potencias abismales. No es difícil ver en la serpiente la objetivación del mal deseo, la proyección exterior, en forma de seductor que incita al mal, de la tentación que está dentro del hombre. Pero el símbolo descubre además otra dimensión; antes que el hombre peque está presente el mal; en frase de Ricoeur, “el mal no es sólo acto, es tradición”; sale a nuestro encuentro en la ruta, vive entre nosotros; no lo inventamos, nuestros actos lo continúan.

Ricoeur ve un tercer aspecto en la serpiente, agente de las fuerzas oscuras: el mal objetivo del universo, los absurdos inexplicables del daño físico e irracional, la indiferencia de lo creado ante el dolor, la crueldad inconsciente de los seres. Motivo de escándalo para el hombre, lo pone en la tentación de incredulidad, desesperanza y dejadez.

El segundo de estos aspectos, el del mal circunstante, ilumina una realidad del pecado comentada por H. Cox (On Not Leaving It to the Snake, Toronto 1969, IX-XIX). El pecado no es únicamente la violación arrogante de un entredicho, es también una cesión de la dignidad propia; el hombre se deja llevar o arrastrar por el ambiente, por la insinuación, la hábil propaganda o la orden monstruosa. No actúa con decisión y responsabilidad propias, las descarga en otro: “La mujer que me diste por compañera”; “la serpiente me ha engañado”.

También el mal absurdo del universo puede inducir al hombre a la abdicación; concluyendo que nada tiene sentido, renuncia a la responsabilidad.

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