Las fiestas agrícolas se engarzaron con la historia pasada; pero el pasado se aleja paulatinamente y pierde su garra. Por eso, los profetas dan a estas fiestas la nueva dimensión del futuro. Por eso, los profetas dan a estas fiestas la nueva dimensión del futuro. En Oseas, el desierto y las chozas son promesa de un porvenir mejor:
"Pero yo lo cortejaré, me la llevaré al desierto, le hablaré al corazón y me responderá allí, como en los días de su juventud" (2,16-17).
"Te haré habitar en tiendas como en los días de tu juventud" (12,10).
La liberación antigua no fue más que un anticipo de la liberación futura y más perfecta, de la felicidad de la era mesiánica: "Alumbraré ríos en cumbres peladas; en medio de las vaguadas, manantiales; transformaré el desierto en un estanque y el yermo en fuentes de agua; pondré en el desierto cedros y acacias, mirtos y olivos" (Is 41,18-19).
La pascua, por su parte, se personaliza; acerca al individuo al acontecimiento de antaño, para exigirle una actitud interior símil a la de sus antepasados. Anteriormente, el nexo entre evento y fiesta estaba constituido por el símbolo ritual, ahora toma la precedencia la semejanza de actitud; a ella se ordena el simbolismo.
También los símbolos cambian; se olvida el rito de la sangre y se celebra la comida del cordero (Dt 16,3-11). El detallado ceremonial de la comida añadido por la legislación sacerdotal: de pie, ceñidos para la marcha, bastón en mano (Ex 12,3-12), mira a reactulizar la actitud religiosa.
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