jueves, 5 de agosto de 2010

IV. LA EXPRESIÓN.

Hemos definido la fiesta como expresión comunitaria, ritual y alegre de experiencias y anhelos comunes. Esta definición suscita varios problemas, y el primero nace de la palabra "expresión". Las celebraciones están de ordinario reguladas por minuciosas prescripciones, pero al definir la fiesta como expresión hay que preguntarse: ¿puede ser prescrito el modo de expresión?

En principio hay que responder que no. La expresión, como su nombre lo indica, sale de dentro; expresar y exprimir derivan del mismo verbo. Júbilo o tristeza se expresan según la propia psicología, circunstancia y dominio. Un extraño puede rogar que la expresión se modere, pero no puede enseñarla, excepto en el teatro; y expresión forzada que no corresponda a una realidad interior en farsa o formalismo.

El principio es claro, pero admite distinciones. En primer lugar, no son lo mismo expresión individual y expresión colectiva. El individuo aislado es libre para expresarse como le plazca y el sentimiento personal se exterioriza de mil maneras: una noticia exultante puede ser recibida con grito, aplauso, abrazo o voltereta. La expresión colectiva, por el contrario, exige canales de exteriorización válidos para todos. Como hemos apuntado anteriormente, el acuerdo o convención lograda se llama ritual. Para felicitar al agasajado en un banquete, se levanta una copa y se pronuncian unas palabras; es ritual admitido, que se ve acompañado por sonrisas solidarias; pero si un comensal escalase una mesa y bailase unas bulerías, los ceños desaprobadores delatarían a los que no se sienten representados. El acuerdo o convención no implica insinceridad; halla y sanciona el común denominador.

Al distinguir entre expresión individual y ritual colectivo no afirmamos que este último pueda ser prescrito. Por ser común denominador, estará en función de los usos sociales y de la idiosincracia de los presentes. Para aclarar este punto se impone considerar los diversos niveles de expresión.

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