domingo, 15 de agosto de 2010

Sinceridad.

La celebración es el polo opuesto de la sociedad convencional, con su falsedad invasora y sus parodias de libertad, alegría y plenitud. Una sociedad plagada de "fabricantes de imágenes" (image-makers) y de especialistas en relaciones públicas, donde cada sonrisa se calcula en metálico, por parte del que la exhibe y del que la encarga.

La sociedad práctica una ficción nauseabunda, desde la infantilización de la masa con la publicidad entontecedora hasta los equipos de embusteros que tratan de integrar el descontento que trasuda de las aspiraciones reprimidas. En este ambiente, la celebración ha de ser un oasis de autenticidad humana, de espontaneidad y de confianza. Es una necesidad urgente, pues los hombres mueren de hambre: quieren sentirse apreciados por sí mismos, por lo que son, no por lo que hacen. La celebración es precisamente momento de ser, no de hacer; es el lugar en que la persona es reconocida y estimada por los demás; hambre psicológica tan urgente como la física, de cuya insatisfacción derivan decaimientos biológicos. La estima interesada y mercenaria del mundo no basta; deja el regusto de insinceridad; hace falta la transparencia del amor verdadero, del compañerismo límpido, de la solidaridad y la comunión sin afectaciones.

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