Sin embargo, las líneas de acción que se derivan del ejemplo de Cristo no bastan para enfrentarse con las circunstancias concretas de la historia, individual o comunitaria. Se imponen por su evidencia los preceptos negativos, que prohíben hacer daño al prójimo en los bienes esenciales; son señales de dirección prohibida y advierten que el Espíritu no transita por ciertos bulevares. Pero queda el inmenso precepto positivo, amar al prójimo, al que tocan la iniciativa y la inventiva.
Un grupo cristiano tiene que emitir juicios y adoptar posturas frente a situaciones concretas; por ejemplo, frente a la discriminación racial o a otras formas modernas de injusticia. La línea de conducta que se determine será un aspecto del testimonio cristiano y ha de ser válida para el grupo. ¿Cómo encontrarla?
Es indispensable, por supuesto, la reflexión común iluminada por la fe; pero, ¿no han de admitirse otros interlocutores a la reunión? El grupo, que es Iglesia en este lugar y tiempo, no ha crecido en el vacío; muchos hermanos lo han precedido, que tuvieron que luchar con problemas y enfrentarse a situaciones. La experiencia de generaciones pasadas podrá aportar datos que ayuden a la solución.
No sólo en el pasado, también en el presente otros grupos cristianos arrostran dificultades parecidas; la comunicación con ellos puede iluminar o corroborar la decisión común. Y, finalmente, no hay que desdeñar la experiencia de la sociedad humana, que, prescindiendo de creencias, estudia seriamente ciertos problemas y se esfuerza por encontrar soluciones, secundando la acción del Espíritu fuera del ámbito de la Iglesia.
En la reflexión sobre problemas morales de envergadura no es, por tanto, prudente fiarse de la improvisación, es sensato buscar ayuda en la experiencia de la humanidad y de la Iglesia, pasada o presente.
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