San Pablo y la Carta a los Hebreos conceptualizan como "obediencia" la relación de Jesús al Padre, compendiando en este término el acto redentor de Cristo: "Se hizo obediente hasta la muerte, y muerte en cruz" (Flp 2,8). Pero ya hemos visto la calidad y libertad de esa obediencia; no se trata de la sumisión de un súbdito a un señor ni de un soldado a un general; es un modo de expresar la entrega de Cristo, respuesta al amor que Dios le tenía, expresada en el grito del huerto: "Padre".
Modelo, pues, de toda obediencia cristiana es la relación del Hijo al Padre. Pero si el Hijo es igual al Padre, se infiere que no se trata de la sumisión del niño en la familia -también por ésta pasó Cristo en Nazaret (Lc 2,51)-, sino de la relación del Padre al hijo adulto, que se mantiene por el amor y la autoridad moral.
San Pablo mismo propone el modelo de Cristo para la obediencia del cristiano. Expuesta en la glorificación de Jesús, fruto de su obediencia, exhorta a los filipenses: "Por lo tanto, amigos míos, ya que en toda ocasión habéis obedecido, seguid actualizando vuestra salvación escrupulosamente, no sólo cuando yo esté presente, sino muh más ahora en mi ausencia" (2,12).
La obediencia a Dios, a imitación de Cristo, actúa la salvación. Es espontánea, sin necesidad de la vigilancia del Apóstol, "porque es Dios quien activa en vosotros ese querer y ese actuar que sobrepasan la buena voluntad. Cualquier cosa que hagáis, sea sin protestas ni discusiones, para ser irreprochables y límpidos, hijos de Dios sin tacha, en medio de una gente torcida y depravada" (2,13-15).
Tratando anteriormente de la libertad cristiana hemos comentado la mayoría de edad del hombre según la expone la Carta a los Gálatas. Es en ese contexto donde hay que colocar la obediencia a Dios, llena de dignidad y confianza, exenta de temor, respuesta del hijo responsable, incondicional, decidida y alegre, a su inmenso amor por el hombre. Por eso puede llamarse a san Pablo no mero ejecutor de las órdenes de Dios, sino "uno que trabaja para Dios" (1 Cor 3,9), que asocia hombres a su tarea. Excluidas, por tanto, dos concepciones de Dios, la de señor absoluto que exige sujeción y la de padre frente al hijo infante, el Nuevo Testamento propone la relación de Padre a hijo adulto. Según ella, Dios no se propone dirigir la vida del hombre en el detalle, sino que desea que el hombre actúe por sí mismo, en diálogo con él. La gloria del padre es que su hijo sea capaz, independiente, responsable y libre.
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