domingo, 13 de junio de 2010

Obediencia y amor.

La obediencia de Cristo al Padre fue manifestación de su amor; la disponibilidad del cristiano es también expresión de su amor por todos. Repetimos una vez más que el amor fraterno no es sólo la virtud central del cristiano, es la única virtud respecto a los hombres, que compendia y motiva todas las demás y basta para hacer al hombre perfecto: "A nadie le quedéis debiendo nada, fuera del amor mutuo, pues el que ama tiene cumplida la otra Ley. De hecho, el "no cometerás adulterio, no matarás, no robarás, no envidiarás" y cualquier otro mandamiento que haya se resumen en esta frase: "Amarás a tu prójimo como a ti mismo" (Rom 13,8-9).

Las virtudes éticas son para el cristiano explicitaciones del amor en zonas determinadas de la vida. Si no son brazos del gran río, son cauces secos. Ahora bien, ¿cómo establecer el vínculo entre amor y obediencia?

El amor cristiano no es el cariño que resulta de una relación, precede a toda relación y sobrevive a todo desengaño; tampoco busca satisfacer indigencias, es un amor de abundancia. Es un don de Dios que permite mirar a los demás a la manera de Dios, un nuevo punto de vista que descubre el valor inmenso de cada hombre y que crea una estima fundamental, un prejuicio favorable hacia todos.

Quien ama así está inclinado a tener en cuenta el parecer del otro, sin rechazarlo a priori; experimenta un deseo de comprenderlo y, como condición, de escucharlo; le interesa lo que el otro tenga que decir. La estima causará respeto a las opiniones y llevará, si parece razonable, a aceptar el parecer ajeno. Cuando éste se refiere a la acción, se entra en el terreno de la disponibilidad u obediencia. A menos de razones fuertes en contrario, hay una propensión a colaborar con la propuesta; en caso de empate de razones, se inclinará a aceptar las ajenas.

Obediencia es apertura para escuchar y prontitud para cooperar. Se basa en la estima por los demás y en la autoridad moral del que propone o manda. Es una actitud para con todos, que se matiza en los casos particulares.

Siendo la obediencia expresión del amor, no puede obrar contra él. Si el cristiano percibe que una medida o actitud impide u obstaculiza el bien de los otros o el propio, el amor dejará de fluir por el canal de la disponibilidad para encauzarse por el de la protesta o la resistencia. Puede llegar el momento de no tener miedo a los que sólo pueden matar el cuerpo, declarando, como los apóstoles ante el sumo sacerdote, que hay que obedecer a Dios antes que a los hombres.

Disponibilidad, servicialidad, obediencia, son lo contrario del egoísmo. Por eso se opone la obediencia de Cristo a la desobediencia de Adán. En el relato del paraíso decide Adán. En el relato del paraíso decide Adán obrar por su cuenta, mirar por su propio interés sin pensar en el otro, que en aquel caso extremo era Dios mismo. No da importancia a la ofensa ajena con tal de hacer su gusto: empieza el egoísmo. La bondad de Dios requería una respuesta de gratitud y amor; pero el ilusorio interés propio dominó el horizonte, eclipsando la relación personal. La avidez de la cosa aniquiló el interés por la persona; el amor de sí llevó al desprecio de Dios. Esta es la desobediencia, el anti-amor, el pecado, desequilibrio de los valores.

A ella se opone el amor cristiano activo, preocupado por el bien y la felicidad de los otros; amor que favorece el conocimiento mutuo y puede matizarse de amistad; quer respeta la personalidad ajena y se mantiene dispuesto a colaborar con toda buena iniciativa. Es la hermandad de los hijos del mismo Padre, primicia del futuro reino.

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