La sujeción existe ante un poder que se teme; acepta la voluntad de otro hombre sin discutirla, sin derecho a resistencia ni al diálogo; ciega e irracional, no está autorizada a discutir razones ni siquiera a pedirlas. En frase de Juvenal: "Hoc volo, sic iubeo, sit pro ratione voluntas" (esto quiero, así lo mando; por razón valga mi querer"). La sujeción ideal ejecuta la orden automáticamente, sin preguntas siquiera por su legitimidad. Casos recientes, como el de Eichmann, han sido triste ejemplo de esta aberración. La sujeción es despersonalizante, pues suprime el juicio y anula la libertad; no sólo impide el desarrollo del hombre, impide ser hombre. Se basa en el poder del que manda -poder coactivo y físico- y en el temor del que se somete. Ni que decir tiene que no es humana ni cristiana.
Examinemos ahora el concepto obediencia. La palabra obediencia deriva en latín del verbo oír (oboedientia de obaudio). También el término griego hypakoé, usado en el Nuevo Testamento, significa la respuesta a algo que se oye. Obediencia denota, por tanto, el prestar oídos a una interpelación y la prontitud para responder favorablemente. Eso explica que el mismo término griego signifique "obediencia" en el lenguaje teológico y "estribillo" en el musical; en ambos casos se trata de una respuesta, una vez a una invitación u orden, otra a un canto. El significado del término es, por tanto, "respuesta", y la calidad de esa respuesta depende del género de interpelación a que responde. En el Nuevo Testamento no hay, pues, que interpretar sistemáticamente el término "obediencia" como ejecución de una orden; la palabra por sí misma no lo indica, habrá que demostrarlo en cada caso por el contexto. Cuando se emplea en el ámbito de la relación amo-esclavo, su sentido no es dudoso; se refiere a la sujeción que hemos caracterizado anteriormente. En los demás casos indica la prontitud a responder favorablemente a una interpelación.
La disposición favorable que supone la obediencia no excluye el juicio sobre la persona que interpela y sobre lo que propone; no es ciega, sino racional. Es una decisión libre, fundada en la estima y confianza que merece el otro y en lo razonable de su propuesta. Razonable no se confunde con fácil; pero cuanto más arduo sea lo propuesto, la obediencia lleva consigo más diálogo, más libertad. La sujeción resultaba del poder en el que manda y del temor en quien se somete; la obediencia surge en un binomio muy diferente: por un lado, autoridad moral, fundada en el ejemplo y en el servicio competente; por el otro, estima y disponibilidad servicial. Excluye el temor y la coacción. Es ejecución voluntaria de un requerimiento justificado, asentimiento libre a una invitación, aceptación de un encargo.
La distinción propuesta entre poder (basado en el dominio) y autoridad (basada en el servicio competente) es hoy común entre psicólogos y sociólogos. La palabra griega exousía significa, en primer lugar, libertad para hacer algo (1 Cor 8,9) y, consecuentemente, el derecho (ibíd. 9,4-6), la autoridad (2 Cor 10,8; 13,10), el poder (Col 1,13, el poder de las tinieblas). Cristo concede a los apóstoles autoridad (exousía) para predicar a Israel y expulsar demonios (Mt 10,1), poder y autoridad para expulsar los demonios y curar enfermedades (Lc 9,1), pero prohíbe terminantemente el uso del dominio y del poder (exousiazein) en la comunidad cristiana (Lc 22,25).
La razón cristiana para obedecer no puede ser simplemente "porque está mandado"; sería caer en la sujeción irracional. La autoridad cristiana no es poder para doblegar voluntades, es servicio para el bien de los otros. Debe dar razón de sus actos, como los explicó san Pedro a los que protestaban por el bautismo de Cornelio (Act 11,1-17). Debe estar dispuesta a ser corregida, como el mismo san Pedro escuchó el reproche de Pablo en Antioquía (Gál 2,11).
Aquí estriba la diferencia entre funcionario y líder. El primero exige o manda invocando el poder que una institución le delega; el segundo arrastra con su ejemplo. Una distinción equivalente se encuentra en la Primera carta de Pedro; el Apóstol se dirige a los presbíteros, sus colegas, y los exhorta: "Cuidad del rebaño de Dios que tenéis a vuestro cargo, mirad por él, no por obligación, sino de buena gana, como Dios quiere; tampoco por sacar dinero, sino con entusiasmo; no tiranizando a los que os han confiado, sino haciéndoos modelos del rebaño" (5,2-3).
La mala gana, el lucro y el uso del poder están en la línea del funcionario, es decir, del hombre que, encuadrado en una organización y sin interés por su trabajo, lo considera medio para ganarse la vida. El gusto, el entusiasmo y el ejemplo caracterizan al líder.
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