sábado, 3 de abril de 2010

Cap.II SACERDOCIO DE CRISTO Y SACERDOCIO DEL CRISTIANO.

Cristo concentra en sí a la humanidad entera. Lo que sucede en él es modelo de lo que debe suceder en todo hombre. Es el el paradigma de la raza humana, el primero de muchos hermanos, su precursor (Heb 6,20) y su pionero (2,10). Jesucristo es el Hijo único, para que todos los hombres sean hijos de Dios; el único sacerdote, para que todos sean sacerdotes de Dios, es uno con el Padre, para que todos sean uno; recibe el Espíritu, para derramarlo sobre toda criatura; es Señor, para que todos reinen; murió y resucitó, para que todos los que mueren resuciten con él.

El sacerdocio de Cristo es causa y origen del sacerdocio de todos; a los que él consagra, comunica la perfección fundamental de la fidelidad a Dios que es el sacerdocio (Heb 10,14). Como el suyo, es el sacerdocio de la vida, entregada a los hombres por fidelidad a Dios; su lugar sagrado es el mundo; su tiempo sagrado, la historia, iluminada por la esperanza; su ofrenda y su sacerdote, el hombre, dedicado a Dios y al prójimo. La consagración se recibe en el bautismo, que incorpora a Cristo, a su muerte y a su vida. El ejercicio es la vida entera: alegría y dolor, fiesta y tarea.

Como Cristo, el cristiano es sacerdote en favor del mundo, y su misión es consagrarlo como él mismo fue consagrado por Cristo (Heb 2,11; 10,10.14.29). Con su ejemplo y su palabra debe, por tanto, ayudar a los hombres a vivir en la verdad (Jn 17,17), en la autenticidad, sacándolos de las ambiciones y rivalidades del mundo. El óleo de consagración será el amor de Dios a los hombres, que él muestra con sus obras, y las grandezas de Dios que anuncia. Así irá rescatando el mundo.

Debe tener presente que el sacerdocio recibido en el bautismo será efectivo mientras dure su propia consagración en la verdad, mientras no pertenezca al mundo (Jn 17,16). Si volviera a admitir en sí la insinceridad y la ambición, quedaría profanado.

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