martes, 13 de abril de 2010

CAP.III. EL ESPACIO SACRO.

El hombre primitivo vive en un espacio sacral, inundado de la presencia y acción de lo divino. Este se manifiesta de mil modos y en mil ocasiones, se agazapa detrás de cada objeto, amenaza o sonríe desde cada fenómeno natural. El espacio está "encantado", pululando de poderes propicios u hostiles; para sobrevivir, el hombre tiene que ir asegurándose su favor o sorteando su enemiga. El mundo que lo rodea es el campo de acción de fuerzas sobrehumanas.

Aunque esta concepción quedara arraigada en la mente del pueblo, poco a poco la sociedad se emancipa y acordona espacios reservados a la divinidad; lo divino difuso y ubicuo de antes cuaja ahora en estatuas, piedras o símbolos variados, animales o humanos, colocados a menudo en lugares prominentes. El campo magnético de la divinidad puede extenderse a todo un bosquecillo.

La efigie del dios se encierra en un templo, y en su capilla se hace sentir la divina presencia. Delante del templo (fanum), o espacio sacro, se extiende el "profanum", el espacio de la vida ordinaria, de donde el dios está ausente. También en griego, -témemos- el templo, deriva del verbo -témno-, cortar, y significa espacio acotado. El templo es pequeño, es la casa del dios, no de la gente. La delimitación del espacio sagrado en recintos aparece en las más diversas culturas.

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