sábado, 3 de abril de 2010

Cap.II. LA TRANSFORMACIÓN DE CRISTO.

En el pasaje que comentamos hay una frase, banal a primera vista, pero que, examinada más a fondo, da la clave de la redención del hombre en Cristo Jesús. Dice la carta: "Sufriendo aprendió a obedecer" (5,8). Ahora bien, cuando en el lenguaje común se afirma que el hombre aprende con el dolor, se significa que los efectos de la madurez adquirida influyen en la conducta subsiguiente. ¿Cabía afirmar tal cosa de Cristo, que iba a morir a las pocas horas?

El autor pesa cuidadosamente sus palabras. Pocos versos más arriba había calificado a la humanidad de "ignorante y descarriada" (5,2), y ésa fue la naturaleza humana que Cristo compartió. Con el sufrimiento aprende Cristo, curando la ignorancia; y lo que aprende es obedencia, remediando el extravío. No se trata de un aprender para la vida futura, sino de embeber hasta la médula la calidad de hijo fiel al Padre; la naturaleza humana, deformada por la rebeldía y arrogancia contra Dios, hecha de hija enemiga, se transforma en Cristo llegando a la obedicencia y fidelidad total; surge el hombre nuevo, "la nueva condición humana creada a imagen de Dios" (Ef 4,24), el hijo perfecto (Heb 7,28) en completa armonía con Dios su Padre. La identificación de Cristo con la voluntad del Padre, hasta morir por ser fiel a su misión, arranca del ser del hombre la raíz misma de la desobediencia y cura la enfermedad de la raza humana.

Por eso Cristo es el nuevo Adán, el primero de la nueva estirpe en que se descubren los rasgos de Dios: "La desobediencia de un solo hombre constituyó pecadores a todos; la obediencia de uno solo constituirá justos a todos" (Rom 5,19).

No hay comentarios:

Publicar un comentario