viernes, 16 de abril de 2010

El espacio sacro: La Iglesia-edificio.

La Iglesia-edificio no debe llamarse, por tanto, casa de Dios, sino casa del pueblo de Dios. Para muchos cristianos, esta afirmación perfectamente tradicional resulta chocante, porque piensan en la presencia del Santísimo Sacramento.

Colocar el sagrario en el lugar más prominente de la iglesia no es costumbre antigua ni universal. En otro tiempo se reservaba el Sacramento en la sacristía, que de ahí tomó su nombre. En las granes basílicas antiguas, y en Roma hasta el día de hoy, no se encuentra el Santísimo en la nave central, sino en una capilla lateral. Esto demuestra que la iglesia no se construye en primer lugar para tener reservada la Eucaristía.

Sin embargo, es un hecho que la devoción al Santísimo ocupa un puesto importante en la espiritualidad de muchos cristianos, y estamos muy lejos de querer atacar esa devoción. Quisiéramos, no obstante, hacer algunas observaciones.

La primera es que Cristo está siempre presente en la asamblea cristiana y en cada cristiano; esa presencia es tan real que san Pablo podía afirmar que Cristo vivía en él (Gál 2,20). Cristo está también especialmente presente en la misión cristiana en medio del mundo, como prometió a los apóstoles al enviarlos como mensajeros de su reino (Mt 28,20). Sería, pues, contra el evangelio limitar la presencia de Cristo al Santísimo Sacramento.

La segunda observación es que la presencia del Señor en el sacramento tiene como finalidad la comunión. Está en forma de pan y vino para ser comido y bebido. Por tanto, cualquier devoción al Santísimo ha de estar orientada hacia la comunión, no separada de ella. De lo contrario, iría contra las palabras del Señor: "Tomad y comed, tomad y bebed todos"; ese fue su propósito al quedarse presente bajo las apariencias de pan y vino.

La tercera observación es que la devoción a la eucaristía, más que cualquier otra devoción cristiana, es incompatible con el individualismo. El símbolo sacramental no es simplemente comer, sino comer juntos, "partir el pan". Es el sacramento del amor, del amor de Cristo y del amor entre los cristianos, del que es expresión y alimento. Los capítulos 13 a 17 del Evangelio de Juan, desde el lavatorio de pies a la oración del Señor, son un comentario del significado y el fruto de la eucaristía.

Por otra parte, no hay razón para que un cristiano se sienta cohibido en presencia de Cristo. Según el evangelio, tanta gente se le acercaba y lo importunaba, sin que él se molestara. Hasta las mujeres le llevaban sus chiquillos para que les echara una bendición, y él regañó a los apóstoles que se lo impedían. Cuánta más confianza y espontaneidad es posible para sus fieles, para quienes el Señor es también el hermano (Jn 20,17) y el Maestro es al mismo tiempo el amigo (Jn 15,15).

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