sábado, 3 de abril de 2010

CAP.III SANTIDAD DEL HOMBRE.

La santidad indica el misterio del ser divino y su esencial diferencia con todo lo creado. En consecuencia, ninguna criatura es santa de por sí. Puede serlo solamente si Dios le comunica su ser, su vida. En Dios, la santidad es esencial, es un nombre para designar su ser mismo; en la criatura, por el contrario, no puede ser sino una relación, que nace por iniciativa libre del mismo Dios. Es el don, regalo, gracia que Dios le concede comunicándole su misma vida. La relación que se origina es tan estrecha, casi diríamos de consanguinidad, que se expresa en las categorías de Padre-hijo.

Este sentido tiene la expresión "los santos", que en las cartas de san Pablo designa a los cristianos; significa el grupo de hombres que han recibido la vida divina por la fe y el bautismo. Teniendo en cuenta los ecos del Antiguo Testamento que resuenan en la expresión, puede traducirse por "el pueblo santo" o "los consagrados".

En la tierra, la única criatura capaz de recibir la vida de Dios es el hombre, creado a imagen de Dios. En consecuencia, sólo a hombres puede aplicarse el adjetivo santo; el fundamento de tal apelación no puede ser otro sino que hayan recibido el Espíritu de Dios, que, por decirlo así, circule en ellos la sangre celeste. Todo hombre está llamado a esta relación con Dios que constituye la santidad.

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